lunes, diciembre 05, 2005

El padre de Darwin

Mi padre ya me lo decía: los otros niños se equivocan, pero tú, hija mía, metes la pata. Eso era lo bueno de los padres antiguos, que te ponían la etiqueta sin contemplaciones. Como en mi generación los traumas aún no se habían inventado, pues como que no era para tanto.

El otro día leí una carta que el padre de Darwin escribió a su hijo, le mostraba su desesperación porque el joven Charles era muy mal estudiante. El padre le decía: "Hijo mío, no te preocupas nada más que por cazar, por los bichos, los perros y los gatos, y vas a ser una desgracia, para tu familia y para ti mismo". Hoy en día diríamos que ese padre era pedazo de cafre: ¿cómo no se daba cuenta ese animal de que su hijo era Darwin, el del Origen de las especies? La suerte que tuvo Darwin es que, lejos de traumatizarse, consideró la carta como un desafío y quiso demostrar a su padre que observando bichos uno podía hacerse un carrerón. La versión de la carta de papá Darwin hoy en día sería la siguiente: "Hijo mío, no te preocupes si este mes no has progresado adecuadamente y no has hecho ni el huevo, tu madre y yo sabemos perfectamente que algún día brotará ese genio que hay en ti, y aunque así, a primera vista, hijo mío, cualquiera diría que eres un perfecto idiota, porque es que lo pareces, hijo mío, siempre con la cabeza hundida en la game-boy, no seremos nosotros quienes coartemos tus posibilidades creativas. Si otros genios sufrieron por la falta de apoyo de sus padres, no será este tu caso, mi pequeño y querido Darwin. Perdóname si alguna vez, en aras de tu formación, te exigimos demasiado instándote a leer siquiera una paginilla antes de que cojas el sueño. Mamá".

(De la columna de Elvira Lindo en El País de ayer)